domingo, 4 de marzo de 2012

"LUCES ROJAS", de Rodrigo Cortés.

FICHA TÉCNICA

GUIÓN, DIRECCIÓN Y MONTAJE: RODRIGO CORTÉS
PRODUCTORES: ADRIÁN GUERRA Y RODRIGO CORTÉS
PRODUCCIÓN EJECUTIVA: CINDY COWAN Y LISA WILSON
DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN: TONY NOVELLA
DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: XAVI GIMÉNEZ
DIRECCIÓN DE ARTE: ANTÓN LAGUNA
MÚSICA: VÍCTOR REYES


FICHA ARTÍSTICA

TOM BUCKLEY: CILLIAN MURPHY
MARGARET MATHESON: SIGOURNEY WEAVER
SIMON SILVER: ROBERT DE NIRO
PAUL SHACKLETON: TOBY JONES
SALLY OWEN: ELIZABETH OLSEN
MONICA HANDSEN: JOELY RICHARDSON
PALLADINO: LEONARDO SBARAGLIA
BEN: CRAIG ROBERTS
SIMON SILVER JOVEN: EUGENIO MIRA
BENEDICT COHEN: BURN GORMAN
DANA: KAREN DAVID


SINOPSIS

Un hombre joven y una mujer madura, avanzan por una carretera solitaria y se detienen ante una vivienda aislada. Les espera allí un colega de profesión, una pareja y una serie de personajes que se van identificando como mediums y psíquicos, que se preparan para analizar la actividad paranormal que se está produciendo en el piso de arriba, dentro de la habitación de la hija.
Disponen su instrumental para medir los efectos. Sobre la mesa ante la cual se ubican, se encuentra colocada una “luz roja”. Tratan de convocar alguna presencia del más allá, uniendo sus manos (“suceda lo que suceda, no rompan el círculo”). A partir de entonces, la mesa comienza a levantarse misteriosamente y a agitarse en lo alto.
Se escuchan extraños ruidos…
Poco después, la mujer madura, presentada como la Doctora Matheson, increpa a la niña sobre todo aquello que les ha hecho creer. Ha detectado su engaño, aunque ella lo niega insistentemente.
Es la inquietante secuencia de apertura de “Luces rojas”.

En la película se nos expone el peculiar oficio de los investigadores de fraudes paranormales que a su vez imparten clases avanzadas sobre parapsicología y ciencias ocultas en la universidad.
Margaret Matheson trata de hacer comprender a sus alumnos como en la gran mayoría de ocasiones, los fenómenos paranormales son invención de quienes los provocan, bien dirigiendo la “psique” de sus acérrimos o bien infundiéndoles esperanzas, creencias, confianza en el más allá. A veces, detrás de todo ello se encuentran los artífices de grandes estafas. Ofrece explicaciones, por ejemplo, sobre cómo lograr determinados efectos de elevación con la adecuada presión en un punto y la predisposición a que algo extraordinario ocurra, o recreando un aura de pseudomisticismo. Algunos estudiantes le cuestionan que estos apenas se manifiesten de forma natural. Por alguna razón están allí para estudiarlos…
Más adelante, nos encontramos a la doctora Matheson y su ayudante Buckley, conectando una vez más sus aparatos diseñados para cazar timadores del mundo extrasensiorial, en un espacio acotado, solicitando la máxima discreción posible a los vigilantes, para tratar de provocar interferencias en un Palladino (Leonardo Sbaraglia), quien ha atraído hacia un teatro a una multitud de acólitos con técnicas perfeccionadas de radiofrecuencias y telekinesis por control remoto, con asistente incluido, que había aprendido de su gran maestro: Simon Silver. Parece un alumno aventajado. Sus aciertos son eficaces hasta que los psico-cazadores consiguen provocar la inestabilidad de su red e infundir el error. Los asistentes comienzan a darse cuenta. Se produce una debacle.
Margaret muestra de nuevo sus habilidades adquiridas, acertando las cartas con símbolos especiales, en un lenguaje arcano utilizado por expertos de la dimensión extrasensorial, desplegadas por el rector únicamente ante su mirada y la de sus colegas. En un primer momento todos ellos quedan absortos, reconociendo su talento innato con estupefacción. Al final la propia científica descubrirá su ardid: se trataba tan sólo del reflejo de las mismas sobre el cristal de sus lentes.
Tiempo después, su compañero analiza en imágenes la progresión del psíquico Simon Silver desde su juventud (interpretado por Eugenio Mira, asombrosamente parecido a un De Niro en la flor de la vida) y hasta nuestros tiempos. Se anuncia su regreso a la gran ciudad con la intención de convertirse en el mayor desafío para la ciencia ortodoxa y eliminar toda sombra de sospecha. Las entradas para su exhibición se cotizan más que nunca, habiéndose agotado con antelación. Su avión aterriza en el aeropuerto y al bajar las gafas tintadas observamos su actual ceguera.
Buckley insiste a Matheson en que deberían investigarlo de nuevo; ella le hace ver cómo esto mismo se produjo hace treinta años y ahora es mejor mantenerse distante.
Margaret exclama con absoluta convicción: “Hay dos grupos de dotados con un don especial: los que realmente creen tener algún poder y los que creen que no podemos detectar sus trucos. Ambos se equivocan”.
Una de las primeras señales de la presencia de Silver es la cuchara doblada dentro de la taza de café de la científica. En un debate televisivo, los contertulios seguidores de Silver intentan desacreditar los hallazgos de Matheson apelando a su falta de creencias, a su laicidad, que ella expone como algo habitual desde la adolescencia. Tom clama por que Margaret evite utilizar una expresión que el público detesta pero ella, acorralada y herida por las invectivas de quienes conoce demasiado bien y sabe además de qué forma utilizan el recurso de las creencias para la manipulación y el lucro, no puede evitar expresarlo a modo de contraataque. En este momento reconocen cómo, para una amplia opinión pública, quizás hayan podido caer derrotados.
Murphy, aún advertido por su propia colega de la peligrosidad que entraña su valiente empresa, continúa con la investigación por su cuenta y riesgo, y la primera señal que recibe es la de un pájaro que se estrella atravesando el vidrio protector de una galería que cruza, y está a punto de alcanzarle.
Cuando intenta producir la interferencia que descubra a Simon, en medio de su anunciada exhibición, éste se apercibe de su presencia; los focos y megáfonos estallan, el estruendo y un intenso pitido han podido dejar a Murphy sordo y seriamente dañado.
Regresa al apartamento y encuentra a su compañera en un estado desolador. Poco tiempo después fallece. La despedida en el crematorio resulta conmovedora…
Intenta perseguir al vehículo de Simon, imposible de discernir entre la caravana que lo flanquea. El séquito de sus guardaespaldas le cierra el paso provocando permanentes colisiones. Una misteriosa mujer que cruza le hace una señal para que no siga adelante. Él dirige entonces sus pasos hasta un siniestro hotel donde presumiblemente se celebran sesiones privadas. Será detenido por un amenazador vigilante.
En una de sus clases magistrales, Tom expone su visión sobre la ciencia y la pseudociencia: al lado de la astronomía surgió la astrología; de la psicología, la parapsicología; de la física, la metafísica…
Una noche escucha extraños ruidos. Se dirige hacia el exterior de su vivienda y encuentra un pájaro muerto. Como ha salido descalzo descubre que acaba de pisar sobre vidrios rotos. Al regresar encuentra su morada completamente destrozada.
Palladino insiste, desde la prisión, completamente desquiciado, en que no sabe con quién está tratando, y que se aleje cuanto antes de la influencia de Silver.
Mientras tanto, el quiromante parece tener un éxito sin precedentes. Debido a las presiones académicas, accede a someterse científicamente a un completo análisis de sus facultades extrasensoriales. En el transcurso de una grabación “a tiempo real” atravesará por todo tipo de pruebas: perceptivas, cognitivas, físicas, motrices, de interacción con los elementos, de energía y destreza (el conocido doblaje de los cubiertos de metal), dentro de un recinto acotado y aislado por medio de estancias Faraday.
Nada parece delatar la singularidad de sus capacidades…
Finalmente, tras su enigmático reloj y la sincronización de sus agujas parece estar la clave de su coartada. Pero esto será descubierto al final, cuando Tom Buckley sea capaz de enfrentarse a Simon Silver en un memorable duelo dialéctico, a raíz del cual logra convencer a los asistentes de la importancia de las propias potencialidades y de la conciencia crítica, con un discurso que les alejará para siempre de toda manipulación, haciéndoles partícipes del asombroso poder que encierra el “conócete a ti mismo”.


El guión trepidante, la acción incesante, los diálogos intensos y poderosos, los personajes ambivalentes, complejos, al más puro estilo del cine de investigación y denuncia social, a medio camino entre la seguridad de lo cierto y la ambigüedad de lo incierto, apenas cesan de aportar información sobre las cuestiones más trascendentales: ¿Arrojan certezas nuestras percepciones? ¿Y la interpretación del mundo exterior? ¿Y la interacción con los seres que nos rodean? ¿Se trata de un vano espejismo de nuestra propia mente? ¿Realmente “la verdad es la más engañosa de las ilusiones”?...
Pero también… ¿Hay algo al otro lado? ¿Existen las curaciones milagrosas? ¿Son eficaces los ilusionismos, la imposición de manos y otros métodos que en ocasiones parecen llenar de convicción, superación y esperanza a quienes los reciben?... ¿Se trata tan sólo de un lucrativo negocio que convoca a las masas a semejantes exhibiciones?...
Se aprecia un extremo cuidado con los pequeños detalles, en torno a los procedimientos de los investigadores de fraudes (el instrumental utilizado, la adquisición de nuevos trucos para combatir otros), en la intuición y experiencia que despliegan ante tan avezados contrincantes.
Se desarrolla una propia terminología como el reconocimiento de “luces rojas” respecto a la aparición de sujetos u objetos que no concuerdan, que están de más, o que marcan determinadas alertas (aludiendo al símbolo más universal de peligro).
Los actores abordan sus papeles en su mejor estado de gracia, con Robert De Niro encarnando a un personaje camaleónico y escurridizo que recuerda a sus mejores interpretaciones (de la mano de Coppola o del propio Scorsese), pero también a “Zelig”, con permiso de Woody Allen (en un homenaje oblicuo realizado por Cortés con su propio corto “15 días” y que aquí rubrica con la incorporación del mismo actor –Óscar Rodríguez- como “luz roja” o tipo desubicado; o hacia “Concursante”, con un Leonardo Sbaraglia ahora curtido en ciertas lides, doctorado en picardía tras el varapalo de su otrora traumática experiencia); un verdadero “encantador de serpientes” que triunfa por la influencia que ejerce sobre su público / cliente / paciente / víctima, que basa su afán de lucro en la necesidad ajena por las creencias y doctrinas; una mujer luchadora, de elevada inteligencia e independencia emocional, hecha a imagen y semejanza de la misma Sigourney Weaver, y un despierto joven con mirada de más allá, como el propio Cillian Murphy.
Rodrigo Cortés aparece tras la planificación como otro personaje más, próximo a la figura del prestidigitador (esta vez en el montaje, en la disposición de las secuencias y en la sucesión de los acontecimientos narrados). No en vano alentaba en la première, cual maestro de ceremonias, a ver la película como un viaje iniciático, “sin esperar nada, sin ponerse a favor o en contra, tan sólo dejándose llevar…”.
Y nos dejamos envolver, no sólo por el uso excelso de los efectos ambientales que procuran la más adecuada creación y recreación de atmósferas, y sus consiguientes sensaciones verdaderamente envolventes; el “setting” de la propia ciudad de Toronto ofrece un microcosmos entre metrópoli futurista y con desusada modernidad de pretérito, parábola de avezadas piruetas cronológicas, mostrando referentes en el pasado de los personajes oscuros mientras proporciona a los del presente su entorno universitario, como en “Concursante” ya ocurría (aunque con las teorías económicas y los secretos o trucos del sistema financiero).
“Luces Rojas” nos muestra cómo, al otro lado del océano, se estudia una curiosa especialidad que algunos consideran acientífica y cómo se pueden detectar rastros de personalidades cuya transmisión de conocimiento automático produce una forma de interacción más veloz con los seres de su entorno, por la propia configuración de sus conexiones sinápticas cerebrales, capaces de funcionar consecutivamente, volcando al mismo tiempo experiencias emocionales y sensoriales.
Más allá de la psicología cognitiva o diferencial, de la inteligencia emocional o artificial, se encuentra todo un campo del saber, aún por descubrir, y que muchos insisten en catalogarlo dentro del ocultismo, en las llamadas, con minúscula, ciencias ocultas. Aunque el caldo de cultivo a su vez puede resultar propicio para todo tipo de fiascos…
El propio director explica cómo la película se mueve entre “dos conceptos antitéticos obligados a colisionar: lo paranormal, es decir, lo ignoto, extraño e inexplicado, y el fraude, y como puente entre ambos se halla el ilusionismo, que hace aparecer como verdadero lo que es falso, en similitud con el propio trabajo del cineasta”.
En “Luces rojas” se aprecian guiños a numerosas producciones del subgénero de fenómenos paranormales, como “Poltergeist” de Tobe Hooper, “El exorcista” de William Friedkin, “El Orfanato” de Bayona, o “Los otros” de Amenábar (en la secuencia previa a los títulos, cuando convocan a las presencias del más allá, pero también en el símbolo del pájaro muerto o de las pantallas como mensaje y vehículo hacia el otro lado, el desplazamiento o traslación de los objetos, a veces su posicionamiento, la interacción mediante una niña, los cubiertos doblados, los fenómenos meteorológicos, la captación de las cámaras de proceso lento, la luz al final del túnel, los centros de energía o los agujeros capaces de absorber la materia).
Hay algunos más evidentes, como las recurrentes alusiones temáticas a “El truco final (El prestigio)”, de Christopher Nolan, con resonancias a “El gran Houdini” de George Marshall, junto a otros “thrillers” diabólicos y sobre el más allá como “Fallen” (en la secuencia de la viandante que le hace la señal para que se detenga o si no cruzará una peligrosa línea, en los personajes siniestros e inducidos que le salen al paso), y a películas en torno a la influencia de determinados individuos con un amplio dominio de la palabra y su exposición al público, multiplicada exponencialmente por las ondas catódicas y la presencia todopoderosa de la televisión (como “Network, un mundo implacable” de Sidney Lumet), cuyo cenit aparece retratado en la soberbia intervención postrera de De Niro y en el final abierto, colmado de interrogantes.
Precisamente esta referencia se enmarca a su vez dentro del “thriller” político con resonancias a Alan J. Pakula o a Sidney Pollack, sin olvidar al mencionado Lumet, con un trabajo de investigación dentro del guión casi desconocido desde los años setenta, salvo por excepciones como Costa Gavras u Oliver Stone, Redford o Eastwood.
También late el afán por revelar las trampas de un mundo que presenta como modelos sociales e incluso héroes a individuos con ilimitada capacidad de corrupción, como ocurría en “Fraude” de Orson Welles, o en “Sangre sabia” de John Huston.
Según explicaba el propio Cortés, “existen claros referentes a “thrillers” con vocación científica o experimental, y otros más difíciles de identificar (los políticos), ya que la película posee un sentido dramático, riguroso y tenso, y también un sentido conspirativo, global, en forma de amenaza, y se aprecia cómo esa conspiración va consumiendo a sus personajes, oscureciéndoles y haciéndoles entrar en terrenos peligrosos…”
En este sentido, aunque en la primera parte también podemos rastrear el ímpetu científico de producciones como “Contact”, y por tanto evoca a Carl Sagan y a determinados capítulos de su legendaria serie “Cosmos”, los programas de Iker Jiménez o los libros de Javier Sierra; apenas podemos obviar la influencia latente de las películas de Pakula y Pollack “Klute”, “El último testigo”, “El informe pelícano” o “Todos los hombres del presidente”. Existe un homenaje en el apellido de la doctora Matheson respecto al escritor de novela de intriga social y política Richard Matheson, cuyas influencias fueron reconocidas por el propio realizador.
Según el citado “modus operandi”, la trama termina ramificándose y desembocando en un final que algunos han considerado abrupto, aunque Rodrigo Cortés declara haber conferido este estilo para la conclusión de la película con la voluntad de interpelar y desafiar al espectador, antes que complacerle.
En el personaje de Simon Silver resuenan ecos añejos: desde el predicador iluminado por el vil metal en “El fuego y la palabra” de Richard Brooks, pasando por el maléfico de “La noche del cazador”, hasta el alucinado patrio de “No somos nadie”, de Jordi Mollá. Se trata de un ilusionista cuya finalidad es alcanzar el prestigio, haciendo pasar por natural algo que no lo es, logrando que el espectador se deje llevar más por el alma que por la razón y atrayéndole así hacia su consecución definitiva: el dominio absoluto de su propia mente y voluntad.
La pareja de investigadores nos retrotraen a Sculder y Mully de “Expediente X”, y la exposición de sus tesis, antítesis e hipótesis, valerosas y arriesgadas, lúcidas y críticas a un tiempo, nacidas en ocasiones de la vacilación, pero profundamente documentadas y honestas, rememoran las inolvidables disquisiciones del profesor que protagonizaba “Leones por corderos” de Robert Redford.
La película, sin embargo, se encuentra decididamente desprovista de toda similitud respecto a vacuas experiencias fílmicas, alejada estéticamente de insulsas propuestas, de paradójica aceptación masiva, como “Paranormal Activity”.
En cuanto a la puesta en escena y montaje, con un sentido de la narrativa fílmica muy personal, se dibuja en el horizonte la herencia de los admirados Martin Scorsese y David Fincher, tanto como en el uso de la banda sonora de Víctor Reyes, en ocasiones provista de matices a lo Bernard Hermann (responsable acústico de “Taxi Driver”).
También existen afiliaciones con las propias películas de Cortés: el archivo biográfico audiovisual de Silver y sus reflexiones en torno al éxito, al clamor de las multitudes y a la perfeccionada retórica que lo mantiene (presente asimismo en “Concursante” por medio de las respuestas acertadas); la disposición de los monitores y su presencia dentro del desarrollo de la trama como un personaje más (aparecida en su corto “Dentro”), o como testigos insobornables de las pruebas más concluyentes (como la secuencia de la grabación objetiva, en la culminación del análisis al que se somete Simon).
Se pueden adivinar otros temas paralelos, como el interés material que ocultan muchos de los montajes aludidos, lo que apunta inexcusablemente a las empresas piramidales, a las estructuras sociales y políticas regidas por el esquema ponzi, a los engañosos sistemas de inversión financiera de alto riesgo encubierto y a todo tinglado cuyo artífice acaba arrebatando a los recién llegados lo poco que han logrado atesorar mediante sus febriles y azarosos empleos cotidianos; la confusión y el vértigo creados por la multiplicidad de versiones, presente como metáfora en los diversos reporteros televisivos, cada uno de los cuales narra su propia versión de los hechos (depende mucho de dónde venga, de quién y cómo lo cuente)…; las tendencias preestablecidas, la necesidad colectiva de seguir a determinados ídolos de masas o líderes multitudinarios que encarnan esperanza, confianza en su sanación o en el futuro…
Su éxito y permanencia se retroalimenta continuamente con nuevos allegados…
Esto apunta a una nítida reflexión: lo más nocivo para nuestra conciencia es la manipulación y lo más poderoso lo llevamos dentro de nosotros mismos, cuando somos capaces de controlar nuestro propio destino…
En este sentido la película encierra una ambición mucho mayor: lograr quizás algún día que todos los individuos seamos capaces de alcanzar un estado de conciencia crítica capaz de transformar las tendencias irracionales de quienes aún necesitan de la presencia de causas, iconos o creencias dogmáticas para dotar de sentido a su existencia.
Los adivinos e iluminados, agoreros y arribistas financieros, nuevos ilusionistas de nuestro tiempo, brotan como champiñones en las épocas de crisis, al término de los ciclos económicos o en las fases de cambio social o de reciclaje de culturas. Llegados a este punto, cada cual podría sacar sus propias conclusiones…
Aunque si estas imágenes, retratos fieles de la existencia y de nuestros más íntimos interrogantes, verdaderas “lecciones de vida”, expuestas de un modo casi naturalista, apenas nos inquietaran, es posible que pronto apreciemos cómo en esta civilización, o en nuestra propia sociedad, comienzan a encenderse sigilosamente sus propias “luces rojas”…