viernes, 8 de junio de 2007

CRÍTICAS DE CINE POR SABERIUS

EL CINE DE ESTEFANÍA MUÑIZ

Estefanía Muñiz, poetisa de la imagen y de la palabra, sus guiones se encuentran impregnados de un lirismo inspirador y pleno de sugerencias, capaz de captar la fragilidad humana, el último aliento existencial del individuo al borde del abismo, inmerso en el caos que supone una vida regida por la norma de la ganancia inmediata, por la tiranía de la riqueza material como único fin, tal y como ocurre en “Construir”, filme que plantea ese regreso a los paraísos perdidos, ese interludio romántico necesario y fundamental para recuperar el sentido de nuestras vidas, terapéutico y reparador, un viaje al centro de nuestros sentimientos, a la clave de nuestros orígenes, a los espacios más íntimos, a nuestras conexiones emocionales, identificadas con las sensaciones de nuestro subconsciente, o con una visita casual a nuestro lugar soñado, al Xanadú o Sangri-Lá inmortal que permanece siempre más allá del lugar común o del punto geográfico como un remanso de paz cada vez que nuestras vidas se transforman en monstruosas vorágines en las que perecemos por falta de ese oxígeno afectivo, de esa anemia de cariño sin duda alguna mortífera que transforma a nuestras grandes ciudades en auténticos desiertos emocionales, eriales donde predomina la ausencia casi absoluta de lo que más nos caracteriza.
Estos íntimos parnasos, unas veces reales y otras ideales, pocas veces ficticios, aparecen reflejados tanto en “Construir” como en “Ecos” e identificados ambos como el retorno a la infancia, a la recuperación de los momentos en los que aprendíamos a experimentar nuestras vivencias, emociones y sensaciones por primera vez, despertando a la vida, al contacto con la naturaleza viva, al conocimiento y a la presencia de nuestros seres queridos, descubriendo las primeras amistades, las primigenias y más genuinas palpitaciones, los sentimientos más puros: el miedo, la inseguridad e incertidumbre que precede a la convulsa etapa de la adolescencia, el sentimiento de atracción y repulsión, de identificación y rechazo del otro.
Los cortometrajes de Estefanía Muñiz son fragmentos de un asombroso talento cinematográfico: sus fotogramas encierran escenas capaces de evocar no sólo el destello de la propia vida, con su grandeza y complejidad, además nos convierten en espectadores privilegiados de una magna obra que se define a medida que avanza el metraje, y en admirados testigos del hecho de “construir”, con todos los sentidos que posee esta palabra: de edificar, moldear y dar forma con una precisión y sutilidad impropia de las primeras obras cortas al uso, de crear y recrear atmósferas únicas, repletas de sugerencias y significados, como vehículos predilectos para transmitir la realidad de la existencia con sus brillantes destellos y sus pavorosas tinieblas, sus alumbramientos y oscuridades, su poder de fascinación y su rostro feroz y despiadado, los recuerdos imborrables de escenas entrañables que nos permiten continuar subsistiendo, o reencontrando de nuevo el hilo de Ariadna de su sentido cuanto éste había desaparecido en un punto de no retorno, junto a sus temibles sombras y arcanos temores, indelebles, que permanecen en nuestra entraña grabados a fuego a pesar de los esfuerzos por apartarlos de nuestras existencias, sintiéndonos obligados a convivir con ellos, disfrazados con numerosas y diversas denominaciones: fobias, pánico existencial, desesperanza, angustia…
En ese personal descenso al averno dantesco, o al excéntrico e inquietante jardín de las delicias de El Bosco, Estefanía Muñiz ha sabido plasmar los espacios más recónditos y apagados del alma humana para alumbrarlos al final de su recorrido con una luz trémula e incierta, balbuciente y experimental, como la propia adolescencia, pero mucho más eficaz y verosímil que los deslumbrantes finales felices de postín en las grandes producciones de las “majors”.

El pulso narrativo de Estefanía, tan íntimamente ligado al poder evocador de su poesía, a la concisión y densidad de sus metáforas, junto a la sabia elección de la frase más acertada, aquí transformada en secuencia, donde es mejor sugerir que nombrar, una actitud antes que una explicación, una apropiada elipsis por encima de la excesiva retórica o el parafraseo, otorgando preponderancia a una rima visual, según el ritmo y el sentido de cada fotograma, sobre el comentario redundante, mantiene en “Ecos” un grado de precisión hasta el momento quizá tan sólo conocido entre los maestros del naturalismo literario, del existencialismo francés y americano, del realismo mágico sudamericano, de la novela negra con trasfondo social (nueva suerte de naturalismo o existencialismo pocas veces reconocido), o del insobornable cine independiente allí donde se cultivara.
En gran parte de sus secuencias se adivinan retazos de David Lynch y de un universo paralelo muy próximo al de sus desasosegantes ensoñaciones visuales y a los abruptos contrapuntos de sus pesadillas, tanto como a la extensa gama de excentricidades ostentadas por sus personajes o a la observación de la riqueza que muestran sus peculiaridades, habiendo apostado por un oportuno desvío a toda norma rutinaria, a todo destino prefijado por las sociedades encorsetadas, de rígidas estructuras, aunque en el discurso de los poderosos se etiquetara de antemano sus actitudes con el sambenito de “desvaríos” (y en realidad se trata más de una “variación” que se aparta del camino uniforme y monocorde que los ídolos corporativos siempre desean trazar, incluso en el propio ámbito cinematográfico).
Una realidad que incorpora seres abrumados por el incalculable peso de las repletas sociedades urbanas, por las masas indefinidas que ya no encuentran apoyo ni compañía en sus personales revelaciones o rebeliones, con presencia de tipos circenses, acróbatas, mimos, hampones de torva catadura, personajes siniestros con rostros, corpulencias y reacciones primitivas que nada esconden, individuos estupendos y cargados de promesas que enmascaran y encubren su propia podredumbre moral, como si se tratara de “comerciales” de la propia existencia, de vanos conocedores absolutos de los límites de la norma social o del supuesto “decoro”; o tipos llanos y sencillos, arquetipos de hoy en día, ya que cada vez escasean más en el rutilante mundo del Séptimo Arte…
Estefanía Muñiz logra una admirable coherencia entre “Construir” y “Ecos”, como si formaran parte de un díptico, de un estudio bidimensional, incorporando temas análogos y profundizando en su recorrido y consecuencias (o secuelas): la infancia perdida y la necesidad de recuperarla a golpes de pulmón, la nostalgia del parnaso, el destierro de los personajes al ocaso de su existencia, la esperanza luminosa al final del túnel, el engaño de las apariencias, la puesta en escena abigarrada y alambicada, con gélidas tonalidades conviviendo con tonos y colores estridentes, como expresión de las agonías interiores del alma humana y las situaciones límite a las que los protagonistas son sometidos, en ocasiones como catarsis para iniciar una nueva vida, un nuevo ciclo renovador, después de haber tocado fondo en las simas de las propias calamidades.
Su paso por la comedia irónica y diletante en “No me quieras tanto” supuso una personal exploración de un nuevo género, al tiempo que reflejaba esa necesaria recuperación del sentido del humor, fundamental para reencontrarnos con la lógica y la razón de ser que a veces desaparece de nuestras vidas, y cumplía con ese rito fundamental de regeneración hilarante, sirviéndose de uno de los géneros que nos permite hoy día cosechar los más brillantes, lúcidos y sutiles análisis en torno al comportamiento humano y a la continua y misteriosa paradoja de nuestras actitudes adoptadas ante la vida. El propio carácter tragicómico de nuestra existencia exige esta jocosa toma de conciencia, en ocasiones, para no caer definitivamente en el desaliento y la desesperanza… JAVIER GUTIÉRREZ (SABERIUS)


EL ROMANTICISMO DE LA IMAGEN POÉTICA EN EL CINE DE ESTEFANÍA


Coincidente con la literatura romántica anglosajona nacida a finales del siglo XVIII y principios del XIX, de Shelley y de la novela gótica, el cine de Estefanía comparte en su estética la libertad fabuladora de Coleridge, intensamente inspirado por la idea de liberar la urgencia de la creación, por el camino de una fantasía entendido como la capacidad de contemplar un vínculo entre los objetos, un trayecto establecido con arreglo a una lógica personal, por muy oscuro e indefinido que se aparezca.
Y como el visionario Coleridge, Estefanía también parece afirmar con sus imágenes y guiones que el verdadero poeta trabaja por la senda de la imaginación, capaz de fundir objetos y personajes hasta el momento inconexos, para crear, de esta forma, nuevas verdades imposibles de descubrir mediante el raciocinio. El poder fascinador del mundo de los sueños, las emociones, las impresiones, las intuiciones y el sentimiento resulta aún más cercano al propio ser humano que nace y crece de la mano de esa mágica honestidad, ese sexto sentido, mucho más aleccionador que las enseñanzas reguladas y dirigidas desde las abstractas instituciones…
El trazo luminoso en la dirección de fotografía recuerda a la utilización de la pintura de ambientes y personajes bajo un prisma y visión que de nuevo nos acerca al Romanticismo, y a la recreación de escenarios que Byron lograba a través de sus composiciones, donde el color salpica y se esparce por el lienzo mientras el sentimiento dramático se enfatiza hasta el extremo del sentimiento exacerbado, pero nunca exagerado, o el retrato del tedio y la molicie, una estructura que acoge, como los poemas del propio Byron, cánticos misteriosos y rituales, cantos viscerales, reminiscencias del “zeitgeist” y una supuesta informalidad de estilo que expresa un intenso contenido intelectual con mayor fuerza, y orientado hacia a una audiencia más amplia que las antiguas rimas reservadas tan sólo a la élite de una determinada corte.
Al igual que esta maravillosa tendencia literaria y artística, el cine romántico de Estefanía expresa su personal descontento con las aceptadas normas de expresión, tendentes a confinar al ser humano bajo los clichés abrumadores y reiterativos. Este descontento se manifiesta en un emocionante intento por descubrir nuevos recursos expresivos a través de los cuales el artista puede investigar en su conciencia, explicarse a sí mismo y ofrecer su interpretación a los demás, mediante un vehículo aún más apropiado para el descubrimiento de nuevas experiencias. De esta forma la exploración se convierte en una búsqueda de nuevos valores, rechazando el susodicho principio de autoridad, obedeciendo tan sólo al dictado de su propio corazón. El mismo Keats se inició en este camino del entusiasmo, que tantas suspicacias levantó cuando la nueva tendencia romántica comenzaba a gestarse, debido a su predilección por el detalle salvaje y sensual, la delectación en la curiosidad por descubrir la riqueza ilimitada del mundo que nos rodea, y en la propia búsqueda de los nuevos standards el artista romántico lanzaba su mirada hacia el futuro de un entusiasmo apocalíptico o retrocedía al pasado en pos de mitos y leyendas ya casi extinguidas. Y en este camino tan personal se identificaba con el hombre humilde y rústico, que era el único incapaz de corromperse por la incipiente sofisticación de las nuevas sociedades urbanas, del “hombre eternamente descontento, desfallecido, melancólico y morriñoso” del que hablaba Walter Pater, para regresar a la naturaleza misma, a los arrollos, las colinas, las nubes y montañas inmortalizadas por Emily y Charlotte Brönte.
En definitiva, lo que se halla panteísticamente investido de significado. Estefanía también es un testigo del sentimiento común, de los nuevos problemas que acucian al ser humano denegándole la expresión de su propia energía, más cerca de la pasión y de la curiosidad que del pretendido sentimientalismo y la frivolidad que destacaban los detractores de los románticos en sus obras.
Sus guiones se originan desde la intimidad de los personajes, desde su humilde existencia y, tal y como Wordsworth opinaba, sólo desde esa humildad es posible construir la materia lírica, porque en esa condición las pasiones esenciales del corazón pueden encontrar el mejor humus para alcanzar su definitiva madurez.
Desde los detalles escondidos, a partir de las sutilezas de nuestra vida cotidiana se puede observar mucho mejor lo permanente y, con ello, elaborar un lenguaje filosófico aún más poderoso que el de la poesía erudita de otras épocas. Y tal y como creaba Wordsworth, Estefanía muestra con cada secuencia cómo los hombres deben regresar a su esencia, a su naturaleza y al propio entorno natural, que nunca podrá decepcionarles.
El retorno a estos paraísos que aún no están perdidos, gracias al cine, y gracias a su cine, y que tampoco nunca podrán decepcionarnos… A pesar de esas irrenunciables ofertas como actriz, nunca dejes de hacer cine, Estefanía.

JAVIER GUTIÉRREZ (SABERIUS)



EL CINE DE TOMÁS HIJO
(“LA MOSCA QUE MORDIÓ A DIOS”)


Tal y como nos adelantara por medio de evidentes referencias a “Las Hurdes, Tierra sin pan” en el prólogo de la leyenda de “El Mojaruelo”, el cine de Tomás Hijo, prefigurado en su admirable cortometraje de arte y ensayo “La mosca que mordió a Dios”, recompone un homenaje oblicuo al cine mudo y al surrealismo buñueliano de la más pura estirpe, tanto por una estética innovadora e impactante (en recuerdo a óperas primas tan transgresoras y recreadoras de universos propios como “Un perro andaluz” o “La edad de oro”), como por su exilio afrancesado (aquí presente en la voz omnisciente del narrador principal que articula todo el relato fílmico), así como por su estilizada puesta en escena profusa en metáforas, cargada de simbolismos que el espectador debe descifrar desde su propia perspectiva y sensibilidad cinematográfica.
A ello hay que añadir la presencia inolvidable de la saga de Fantomás, una de las pioneras en el cine de aventuras, presente en el personaje protagonista, que en esta ocasión incorpora un icono propio del anti-heroe romántico, también abocetado en la novela germana con la singularidad de Peter Schlemil o del propio Baron Münchausen, y origen de gran parte de la mitología heróica y anti-heróica que puebla parte de las producciones occidentales desde “Frankenstein” a Indiana Jones: un individuo capaz de redimir a toda una población de las garras de la tiranía o de los prejuicios para terminar acusado, sojuzgado y olvidado por la propia masa.
“La mosca que mordió a Dios” es además el precio que el héroe desterrado debe pagar por atreverse a subvertir los términos de la injusticia social acomodada, de la doble moral instalada en las supuestas sociedades bienpensantes y, hablando en plata, esa “mosca cojonera que además de molestar atemoriza en ocasiones al opresor poderoso, porque es capaz de llevar un rayo de esperanza a las existencias predestinadas, tan sólo un rayo capaz de abrir una brecha que, en un momento indefinido, pueda hacer caer ese ostentoso castillo de naipes que es el Sistema, para evitar que, en algún lugar de aquél supuesto “paraíso”, un centenar de doncellas mueran sacrificadas cada noche…”
Magnífica metáfora de nuestro mundo imperfecto sobre el cual, el paraíso de unos pocos y la fachada de su bienestar, tema principal de la publicidad de consumo, se sustenta y fabrica sobre el denodado esfuerzo de aquellos a quienes, la mayor parte de las veces, ni tan siquiera deseamos conocer…


JAVIER GUTIÉRREZ (SABERIUS)